Tots i totes formem part d’un poble històric, honest i treballador. D’un poble digne. Un poble que no es mereix ser identificat amb uns dirigents que s’han dedicat a fer amistats amb autèntica gentola. Amb personatges sinistres que només saben expressar-se amb paraules malsonants (només cal escoltar alguna de les gravacions per a morir-se de la vergonya) i que regalaven trages, bolsos o rellotges a canvi de... A canvi de res, segons diuen alguns. Siga com siga, el nostre poble, el poble dels valencians, no es mereix això, no es mereix ser vist, com passa ara, com un cau de raboses, de lladres, d’aprofitats. Sobretot, perquè no som res d’això.
Des de la instauració de la democràcia, els valencians i els novelders hem anat triant els nostres representants polítics. I hem renovat la confiança en ells o els hem penalitzat segons tocava –bé que ho sabem, en el Bloc!–. La paraula del poble sempre és sàvia, però cal fer un incís: no hauria de recaure la mateixa responsabilitat en un polític que no gestiona bé, que en un altre que malgasta en grans fastos o, directament, cau en les mans de la corrupció. Estes últimes equivocacions són especialment reprovables, perquè pareixen capaces d’embrutar-nos a tots. Però no és així: la immensa majoria dels valencians ni som malgastadors, ni encara menys corruptes. La immensa majoria dels valencians volem treball per a treballar i servicis públics de qualitat, sense retalls. Que es retalle d’on toque: de les grans obres megalòmanes i dels grans esdeveniments de luxe. I, sobretot, que es tapone eixa gran ferida oberta per a on s’escapen els diners de tots cap a les butxaques d’uns pocs. És a dir, la gran ferida de la corrupció, tinga el nom que tinga: Emarsa, Nóos, Brugal, Gürtel...
Perquè, encara que alguns estan fent tot el que poden per a demostrar el contrari –inclús negant que el pa és pa–, la immensa majoria dels valencians som pobres, però honrats. I, per damunt de tot, dignes. Absolutament dignes.
Juli Martínez Amorós
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DIGNIDAD DE VALENCIANOS
Ahora más que nunca, quiero romper una lanza a favor del hecho de ser, hoy
en día, valencianos. Valencianos en el sentido más amplio y completo de la
palabra: valencianos del País Valencià o
de la Comunidad Valenciana; valencianos que hablan valenciano o que hablan
castellano; valencianos que votan en Alicante, en Valencia, o en Castellón;
valencianos de Novelda, de Alcoy, de Gandía o de Vila-real. Nuestro pueblo se
merece reivindicar su dignidad. La de los labradores que se han deslomado
cavando cepas, recogiendo naranjas o haciendo almendra. La de los trabajadores
que han pulido el mármol, han confeccionado Fords o han cocido la cerámica. La
de los funcionarios que han limpiado las calles, han educado a los niños o han
curado a los enfermos. La de los empresarios que han apostado por crear
trabajo, bienestar y progreso.
Todos y todas formamos parte de un pueblo histórico, honesto y trabajador.
De un pueblo digno. Un pueblo que no se merece ser identificado con unos
dirigentes que se han dedicado a hacer amistades con una auténtica gentuza. Con
personajes siniestros que solo saben expresarse con palabras malsonantes (solo
con escuchar algunas grabaciones basta para morirse de la vergüenza) y que
regalaban trajes, bolsos o relojes a cambio de... A cambio de nada, según dicen
algunos. Sea como sea, nuestro pueblo, el pueblo de los valencianos, no se
merece esto, no merece ser visto, como ocurre ahora, como un nido de alimañas,
ladrones y aprovechados. Sobre todo, porque no somos nada de eso.
Desde la instauración de la democracia, los valencianos y los noveldenses
hemos ido eligiendo a nuestros representantes políticos. Y hemos renovado la
confianza en ellos o los hemos penalizado según tocaba –lo sabemos bien en el
Bloc!-. La palabra del pueblo siempre es sabia, pero hay que hacer un inciso:
no debería recaer la misma responsabilidad en un político que no gestiona bien,
que en otro que malgasta en grandes fastos o, directamente, cae en las manos de
la corrupción. Estos últimos errores son especialmente reprobables, porque
parecen capaces de ensuciarnos a todos. Pero no es así: la inmensa mayoría de
los valencianos ni somos malgastadores, ni mucho menos corruptos. La inmensa
mayoría de los valencianos queremos trabajo para trabajar y servicios públicos
de calidad, sin recortes. Que se recorte de donde toque: de las obras
megalómanas y de los grandes eventos de lujo. Y, sobretodo, que se tapone esa
gran herida abierta por donde se escapa el dinero de todos hacia los bolsillos
de unos pocos. Es decir, la gran herida de la corrupción, tenga el nombre que
tenga: Emarsa,
Nóos, Brugal, Gürtel...
Porque, aunque algunos hacen todo lo que pueden para demostrar lo contrario
–incluso negando que el pan es pan-, la inmensa mayoría de los valencianos
somos pobres pero honrados. Y, por encima de todo, dignos. Absolutamente
dignos.
Juli Martínez Amorós
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